De pronto, un pensamiento pasa por mi cabeza: "Me tengo que comprar un gato de verdad, éste del coche está muy sucio."
Bajo aquel cielo azul, el morado penetró en sus ojos cómo si se tratara del mejor manjar que hubiese encontrado. Fue hacia él y disfrutó hasta saciarse.
Aquella abeja gozó al fin de la morada flor.
¡Y la hormiga nos llevó hasta el trabajo!
Estuve pensando coger una de ellas para mi madre; pero... poco a poco, según entraba la luz, me fui dando cuenta de una cosa...
¡Estaba sentada en el sofá mirando mi cortina!
el Sol es muy grande
y yo siempre lo veo
brillante, brillante.
Da mucho calor,
porque es de fuego;
por eso calienta
a todo el mundo entero.
Yo le quiero mucho,
yo le quiero tanto,
que no le puedo ver
llorando, llorando.
Él me dice siempre,
al amanecer:
Niña péiname el alma
para yo poderte ver.
Esto provocó mi curiosidad por cómo los cultivaban y, al día siguiente, decidí ir a un campo de cultivo. Al llegar allí, vi mucha gente, todos muy abrigados por la humedad y el frío. Las mujeres iban con pañuelos y sombreros, y los hombres solo con sombrero. En una mano llevaban una tijera; mientras con la otra, recogían la flor, cortándola a ras de suelo para dejar el tallo largo.
Todos los tulipanes eran blancos; algo extraño, pues en el mercado los había de muchos colores. Observé, además, que los metían en canastos de mimbre y los llevaban a una nave, lo que aumentó mi curiosidad por saber qué había dentro.
Cuando me disponía a entrar, vi en la puerta un enorme contenedor lleno de botes de temperas vacíos y muchos pinceles de múltiples colores, aunque con pocos pelos.
Una vez dentro, mi sorpresa fue inmensa: había tanta gente como en el campo; pero estaban ocupados en pintar los pétalos de los tulipanes.
Entonces me expliqué por qué eran de tantos y tan variados colores: resulta que los decoraban a su antojo.
A partir de ese día comencé a cultivar margaritas y les pintaba los pétalos de colores.
La verdad, ¡quedaban muy kukis!
¿Sabes? Creo que esta fiesta es mi favorita por la alegría y el espectáculo que hay en las calles.
Vale, vale... Aquí viene la historia buena, que fue lo que nos pasó a mi amigo Víctor y a mí:
Vimos un hombre que iba de preso y nos pareció muy realista. ¡Pero le seguía la poli¡ Comenzamos a pensar, y, Víctor y yo nos dimos cuenta de que era un preso de verdad, que se había escapado de la cárcel que estaba a la vuelta de la esquina.
Juan no se acordaba de que era un pez.
Toda la noche, el que fuera estuvo dando gritos. A la mañana siguiente, los vecinos se reunieron e hicieron un plan: permanecer despiertos en sus habitaciones, y cuando sonara ese grito por vez primera, salir todos a una.
Así fue. Salieron a la calle y descubrieron que... ¡Era un loro, que estaba diciendo "Hola"! Y como no le hacían ni caso decidió gritar más fuerte y más grave.
Amelia había venido a España para montar una empresa, porque era una ingeniera extraordinaria en la especialidad de aeronáutica.
El problema fue que, al ser de raza negra, nadie quería trabajar con ella. Así que, la pobre, tuvo que volver a su país sin una peseta (que en esos tiempos eran pesetas) y sin trabajo... Como podéis suponer, la echaron.
Mi profesor dice que no me deje llevar por las apariencias; que, muchas veces, hacen que nos equivoquemos.
TODO OCURRIÓ EL LUNES PASADO, UN TERRIBLE DÍA QUE SOFÍA NO CONSIGUE OLVIDAR.
FEDERICO, UN NIÑO DEL COLE AL QUE VA SOFÍA, ESTABA MONTANDO SU BICICLETA TRANQUILAMENTE, CUANDO SE LA ENCONTRÓ APOYADA AL LADO DEL SEMÁFORO:
- ¡HOLA!
- ¡AH, HOLA, SOFÍ! VOY CONTIGO AHORA MISMO.
Y AHÍ PASO TODO. FEDERICO SE APRESURÓ CRUZANDO EL SEMÁFORO ROJO Y, UN COCHE LO ATROPELLÓ.
AHORA FEDERICO ESTÁ HOSPITALIZADO GRAVEMENTE, Y SOFÍA NO PUEDE VIVIR DEL DOLOR.